Presentación de Matrix. El género de la filosofía de Alejandra Castillo

Natalia Lorio, filósofa, Universidad Nacional de Córdoba

La escritura como movimiento, como desplazamiento, como amorosa renuncia a soltar el propio punto de vista para ver otra cosa. Otra cosa. (…) Se escribe con el cuerpo. No se trata de una actividad mental. Se escribe con la espalda, las manos, los ojos, la nuca, las piernas. No hay que olvidar eso: cada vez que hay escritura, es un cuerpo el que escribe (Inundación, E. Almeida)

El libro de Alejandra Castillo Matrix. El género de la filosofía (Santiago, Macul Ediciones, 2019) invita a lecturas múltiples, de gestos múltiples. Me interesa señalar algunos de esos gestos: la memoria y el nombre (en el trazado de una filiación del pensamiento y prácticas desde el feminismo), el cuestionamiento de la diferencia sexual en filosofía; la tensión entre escritura y filosofía (y los movimientos del no saber) y un caleidoscopio productor de preguntas en torno a los cuerpos en la filosofía.

Desde que abrimos el libro nos encontramos con la memoria y con un nombre. Desde el indicio se abre al gesto de dedicarse a la memoria de Guadalupe Santa Cruz (escritora, ensayista, filósofa, profesora, feminista). Este primer reconocimiento, guiño a la conjunción de escritura, feminismo y filosofía porta también la impronta de abrir una forma de complicidad (¿o más bien una filiación virtual, quiero decir potencial y potente en su realidad?) en pos de abrir un espacio material y del pensamiento y así dar lugar a la conjunción de filosofía, feminismo y escritura desde la figura de una intelectual feminista.

Esa figura que se va delineando en la primera página va cobrando mayor contorno, más matices a lo largo del libro, y es posible reconocer un entramado -no sin paradojas en torno a los cuerpos- entre filosofía, enseñanza y política; filosofía, feminismo y universidad; escritura, crítica y filosofía. Se suman voces, se pliegan escrituras y tiempos para contornear un gesto necesario en filosofía como es el de volver a los cuerpos, el de volver a la materialidad. Dice Alejandra Castillo:

La aparente distancia que las disciplinas mantienen en lo relativo a la diferencia de los sexos vuelve invisible la diferencia sexual tanto en las genealogías como en los cánones en los que se sustentan las mismas. Me gustaría destacar –precisa –   que esta invisibilidad no significa que la marca de la diferencia sexual no esté presente en cada una de las disciplinas y prácticas que conforman  el modo de producción universitario de enseñanza e investigación actual. Siempre hay un cuerpo sexuado narrado en cada orden del saber, lo que ignoramos es cómo reconocerlo, cómo describirlo (16).

En cada capítulo de este libro se tensan escritura y filosofía en torno al “dispositivo de género” que delimita y describe “femenino” y “masculino” en términos de funciones, roles y lugares, a partir de imágenes, metáforas, analogías y deslizamientos varios que se van sedimentando y cobrando estabilidad en el discurso filosófico, estabilidad que en muchos casos invisibiliza la miara de la filosofía sobre los cuerpos y el género. Así, aunque la filosofía parece no haberse ocupado de los cuerpos y la diferencia sexual, es factible problematizar esa apariencia:

¿Qué relación se podría establecer, entonces, si es que hay alguna entre la diferencia sexual y la filosofía? Podríamos, sin duda, responder dicha pregunta negando toda relación. Negación que podría ser avalada por aquella aserción que indica que la diferencia sexual no es un objeto filosófico. Vocación que vuelve impertinente la nocturna pregunta por la especificidad de los cuerpos. (17)

Y sin embargo la filosofía no ha dejado de dar cuenta de ese dispositivo, y no ha dejado de promover un cierto tipo de entendimiento de la diferencia sexual, diferencia sexual que ha tomado diversas formas en el relato filosófico: matriz, madre, amor, intimidad, privacidad, contrato[1], son algunas de las que Castillo releva (retomando a Simone de Beauvoir,  Luce Irigaray, Judith Butler).

En este libro, el cuerpo, expuesto o invisibilizado (material o inmaterial) vuelve en la escritura para interrumpir desde el feminismo cierto relato plácido de la filosofía. Así es posible reconocer el trazado de tres movimientos: uno de los movimientos es el de volver oscura la luz diurna de la filosofía, en una escritura “nocturna”, en una “escritura a contrapelo de lo filosofía: escritura nocturna, escritura de los cuerpos femeninos en filosofía” (incluso notando la tentación de volver sinónimos “género” y “mujeres”). Otro movimiento es el de la “impugnación radical que ensaya un desdibujamiento de las fronteras y trabajos que la propia naturaleza parecía asignar a los sexos”, y aquí vuelve una  vez más Simone de Beauvoir y la reivindicación de las figuras de la alteridad. Otro movimiento, claro, es el tramado entorno a dispositivo género y el señalamiento de la obsolescencia del binarismo y la posibilidad de otros nombres para describir el cuerpo, los cuerpos. Desde el cruce de feminismo y filosofía se pone de manifiesto los modos en que la escritura filosófica contribuyó en la descripción del dispositivo de género heteronormado y reproductivo, leyendo el corpus de la filosofía contemporánea, trabajo en el que se hace explícito cómo el cuerpo sexuado presente ha sido negado.

Desde otro ángulo, Matrix. El género de la filosofía también presta atención al modo de inscribir, escribir, hacer corpus en la filosofía por la escritura. Retomamos aquí la memoria de la escritura de quien es merecedora de la dedicatoria de este libro: escribe Guadalupe Santa Cruz en «El espesor de las palabras»[2]:

Son cuerpos incómodos aquellos que escriben textos a modo de ensayos. Ensayan una y otra vez medirse con los órdenes que amenazan enderezar su puño, rompen una y otra vez la coraza de las palabras, esas armaduras que son las obligaciones disciplinarias de cada lenguaje, forzadas a avanzar reafirmando su pertenencia a un linaje, deuda siempre abierta con el saber que se paga con el gesto repetido de la restitución: creer en la transparencia de los vocablos, en su falta de densidad (Como si la escritura no debiera traicionarse a sí misma para juntarse con el engaño de los acontecimientos. (23-24)

Estos ensayos que piensan la filiación, los sexos, la familia sentimental, que abordan el “efecto de madre” en la mujer (como mujer Entera), estos ensayos que señalan la trampa de lo entero, de lo que invalida la rareza, la sustracción, la duda, ensayos que cuestionan el contractualismo, la negación de la dirección recta de los sexos, juegan por la vía de la insistencia en el cuestionamiento de la filosofía por la escritura. O dicho de otro modo, apuestan a pensar la filosofía en sus límites “en la disolución de todo límite, en lo que ha sido llamado anti-filosofía, esto es, pensar la inscripción de un no saber en el saber de su escritura” (57). Claro que aquí encontramos continuidades, insistencias respecto a los libros anteriores de Castillo (Simone de Beauvoir. Filósofa antifilósofa o Ars Disyecta. Figuras para una Corpo-política) por sólo nombrar textos de hace algunos años, en donde ya asomaban algunas de la preguntas aquí presentes, se retomaban otras, recomenzando las preguntas propias y ajenas, señalando que “La filosofía no quiere saber nada de las mujeres”.

Matrix también puede ser leído en el trazado de complicidades y disputas al interior de la escena de la filosofía en Chile…. Re-trazando el lugar de las letras, de la filosofía y de la crítica desde Chile, por ejemplo con Patricio Marchant, con Willy Thayer, Miguel Valderama, con lecturas de Gabriela Mistral, de Humberto Giannini, de Andrés Bello, leyendo, anotando, resaltando fragmentos desde las interrupciones que el feminismo propulsa. En la insistencia de esa negación (“La filosofía no quiere saber nada de las mujeres”) y en la obstinación de algunas cuestiones, a la vez, se trazan marcas en el texto, que casi lo subrayan antes de ser marcado, o proponen la complicidad a contraluz de otras lecturas, de otros anclajes, de otras estratificaciones, de otras escenas… de diálogos y discusiones desde Chile.

En este libro el gesto de mostrar nodos de no saber ( y sospechar o proponer nodos de no-dos) en la matriz de la filosofía, lleva también a la lectura oblicua de los marcos, y sobre todo la crítica del contrato social de la diferencia sexual, pero además la interrupción del contrato del saber en el seno de la filosofía desde la gramática de la diferencia sexual. Poder perder identidades, restarse de la matriz de la diferencia sexual, hacer temblar las estabilizaciones ya naturalizadas al interior de la filosofía; fragmentar, hacer caer las estabilizaciones en torno al saber, lo femenino, la diferencia sexual, los cuerpos y sus espacios son algunos de los gestos que propone este volumen que, en el nudo entre crítica y vida, trama la potencia de la interrupción y la alteración.

Por último, algunas preguntas surgen de este nudo de crítica y vida, caleidoscopio de cuestiones que atañen al feminismo, a la política, a la universidad y la filosofía. Entre ellas: ¿qué ocurre si el sujeto de la filosofía no es masculino? ¿Qué ocurre si es mujer? ¿Cómo interrumpir la voz androcéntrica de la filosofía? ¿Cómo no reconocer que la neutralización de los cuerpos supone un reparto injusto de los  saberes/recursos/otorgamiento de voz/visibilidad/lazos, etcétera? ¿Cómo hacer temblar el canon de la filosofía (lleno de misoginia y androcentrismo)? ¿Qué nudos articula el saber y la práctica feminista? ¿Qué sería tramar una política feminista? ¿Es posible una universidad feminista? ¿Qué, cómo sería una universidad cuyo cuerpo albergue lo monstruoso (respecto a la heteronorma patriarcal)? ¿Qué escritura/s, qué voces, qué modos de filosofar se pueden/se habilitan desde el feminismo / de los feminismos? ¿Cómo tensar la relación filosofía/s y cuerpo/s?

22 de junio, 2020

 

[1] Cabe mencionar que es posible leer este libro como una continuación –por otros medios- de la tarea emprendida por Castillo en Ars Disyecta. Figuras para una corpo-política (Palinodia, Santiago de Chile, 2018). Bajo un ejercicio de alteración temporal y modulación disciplinar, las figuras más bien binarias de y acordes a la diferencia sexual (femenino/masculino, pasivo/activo, emoción/pensamiento) que aparecen tensadas en Matrix. El género de la filosofía ya estaban deformadas o interrumpidas en Ars Disyecta: la madre fría, la monstruosidad, la muñeca perversa, las metamorfosis, etc. mostrando el cruce entre feminismo, arte e imágenes.

[2] Guadalupe Santa Cruz, Lo que vibra por las superficies, Sangría, Santiago de Chile, 2012.